Quevedo, en sus desplazamientos -forzados o no- cargaba sus baúles
con libros. García Lorca se desprendía de todos los que poseía, no porque le
pesaran sino para compartirlos con aquellos que carecían de medios para
comprarlos. En septiembre de 1931, con motivo de la inauguración de la
biblioteca de Fuente Vaqueros, dio una charla en la que habló
con pasión de las necesidades culturales del ser humano, de los pueblos. Extracto
de su discurso:
“No
sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la
calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco
desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones
económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los
pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos
los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo
contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en
esclavos de una terrible organización social. Yo tengo mucha más lástima de un
hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento
puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero
un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía
porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos
libros? ¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir:
«amor, amor», y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la
lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoievsky, padre de la
revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado
del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve
infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: «¡Enviadme
libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!». Tenía frío y no
pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir,
horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del
corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre,
sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda
la vida”.
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