jueves, 19 de mayo de 2011

Max Aub y el Laberinto Mágico


El viaje más enriquecedor y esclarecedor que realicé en el verano del 2009 fue la lectura de las seis novelas sobre la Guerra Civil que componen El Laberinto Mágico, de Max Aub. Las leí y me sentí estafada, engañada. Apenas hacía unos meses que había tenido conocimiento de la existencia de un escritor cuyo nombre era Max Aub. Estafada y engañada por aquellos que deciden qué autores son dignos o no de formar parte de los planes educativos y de quiénes son merecedores o no de ser homenajeados públicamente (y con la difusión adecuada para que llegue a todos).


Max Aub pertenece a la Generación del 27. Estuvo en el exilio. Murió en 1972. Y su figura y obra no fueron reivindicadas en unos años (los 80) en que otros autores, con las mismas circunstancias y con una obra de similar talla, lo fueron.

Recuerdo ese verano de 2009, recuerdo que mientras avanzaba en la lectura estaba cada vez más sorprendida y me preguntaba por qué puñetas no conocía desde hacía mucho a Max Aub. Yo y la mayoría de la gente. Leía y leía y no entendía que Max Aub no formara parte de nuestra memoria colectiva desde aquellos años de retorno democrático, de que no se le hubiera dado la difusión que merecía. Pero al concluir la lectura dejé de estar sorprendida. Lo que estaba era indignada al imaginar cuáles podían ser los motivos de ese olvido inmerecido. Quizás, El Laberinto Mágico era incómodo no sólo para los vencedores de la Guerra Civil, también para algunos herederos de siglas de los perdedores y, en concreto, para algunos que formaban parte del mismo partido al que perteneció Aub, el partido socialista.

Son seis las novelas que forman el ciclo narrativo: Campo Cerrado, Campo Abierto, Campo de Sangre, Campo del Moro, Campo Francés, y Campo de los Almendros. Libros que pude sacar de la biblioteca pública que frecuento. Todos los ejemplares en un estado lamentable que intenté paliar con una buena dosis de fixo y de pegamento.

Pero el problema no era el estado de los libros, al contrario, era un buen síntoma: habían sido leídos; el problema era que fueran aquellos los únicos ejemplares disponibles y no se renovaran. A posteriori lo entendí. Deseosa de que formaran parte de mi biblioteca personal fui en su busca para comprarlos. Tarea ardua la que me proponía, no carente de sorpresas. La primera, el desconocimiento que en las  librerías tenían sobre el autor y su obra; la segunda (una vez consultadas sus bases de datos), la noticia de que la mayor parte de las novelas de la serie -que fueron publicadas por Alfaguara entre 1978 y 1983-, estaban agotadas o descatalogadas. Comenzó mi búsqueda por internet y descubrí que la Consejería de Cultura de la Generalitat Valenciana estaba publicando las obras completas (Max Aub, aunque de origen alemán y francés, era valenciano). Ninguna de las librerías sabían de esta edición. Pude pedir el Laberinto por internet y recibí cuatro de las seis novelas; de la edición de la Generalitat dos estaban agotadas (supongo que la tirada de ejemplares sería, más bien, cortita).

En los estantes de mi librería tengo aún El Laberinto incompleto, a falta de los dos primeros Campos. No sé si la Generalitat o Alfaguara, van a reeditar las obras agotadas. Lo que sí sé es que la lectura de El Laberinto es imprescindible si queremos entender nuestro pasado reciente. Desde hace unos años, desde avanzados los 90, y con la reivindicación de la Memoria Histórica, se están haciendo por fin estudios rigurosos, investigaciones de historiadores que pertenecen, en la mayoría de los casos, a la generación de los nietos de los que vivieron la guerra. Los historiadores hacen su trabajo -riguroso, científico-, pero, sin lugar a dudas, la labor del novelista es el complemento imprescindible a ese trabajo. Gracias a los historiadores podemos saber, conocer; gracias al novelista, en este caso Max Aub, podemos sentir, vivir lo que aquello fue. Y si se trata de Memoria, es más difícil olvidar lo que se siente y vive que lo que sólo se estudia.

Los personajes de Aub están vivos, te parecen tan reales como las personas que te rodean, cada uno de ellos da su visión, su perspectiva, sus sentimientos sobre la realidad en la que están inmeros, perspectivas diferentes entre sí, de ahí la riqueza, el realismo y la valía de las novelas del ciclo. El autor, como un camaleón, consigue meterse en el entorno, en la piel de sus personajes, en sus pensamientos y emociones, con lo cual sus acciones resultan tan reales como la vida misma. Todos los Campos son necesarios, la suma de todos es ese Laberinto Mágico. Pero si tuviera que quedarme sólo con uno, tal vez lo haría con el último, con Campo de los Almendros.

Años después de aquellos primeros años de democracia en que la figura y la obra de Max Aub fueron silenciadas o, al menos, no reivindicadas con el fervor con que debieran haberlo sido, se creó una Fundación para la difusión de su obra; obra extensa la suya, no sólo escribió El Laberinto Mágico. En 2003, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, el suplemento cultural de El País, Babelia, le dedicó el número del 31 de mayo. Y, yo, aunque suelo hacerlo, ese día... en fin... no leí el suplemento (como a muchos otros les sucedería, supongo). Una pena; tuve que esperar hasta el 2009.

  Dicen que más vale tarde que nunca.

 

Enlace a un artículo recogido en el suplemento de Babelia que aporta luz sobre el olvido de Aub. Un artículo que no tiene desperdicio:
Enlace a la Fundación Max Aub:
Enlace a la página principal de Babelia de 31-5-2003:

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