La niña vestida de gris se perdió en el cascajal de un río. Sola frente al lecho agrietado, seco y extinto. Rodeada de frescos bosques de ribera cuyos vientos susurraban bellas notas de arpas y aleteos de ángeles valientes.
La niña vestida de gris se perdió como pudiera haberlo hecho una niña de cuento. Sus ojos se velaron de llanto, sus pies se enredaron de piedras.
La noche cayó sin estrellas ni luna, el día volvió cuajado de nubes oscuras.
La niña vestida de gris se durmió y despertó entre almidones de encaje de alambre.
Cuentan su paseo y me acongojo por ella, pues desde los bosques el murmullo del viento que oía era el de un aire parado en ramas que no mecen hojas ni cobijan a los pájaros libres heridos.
La imagino y lloro por ella, porque lo que creyó era música de alas, era un coro de magos, afinando varitas.
La niña vestida de gris desapareció entre la niebla.
ResponderEliminarHay que tener valor para desaparecer.
Saludos.
No la veo entre la niebla, mi impresión es que se trata de una cuestión auditiva. En cualquier caso, quiero imaginar a la niña vestida de gris (o a otras niñas o niños del estilo), con la mirada indemne y el oído mucho más afinado.
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