Segundos antes los niños no percibían
presencia alguna, aun a sabiendas de que la mirada de los padres no
andaba lejos, los hermanos creían encontrarse en una isla mágica cuyo
arenal les pertenecía y jugaban ensimismados dispuestos a construir
el castillo soñado, el que sin duda sería morada de princesas y héroes
valerosos. Pero, de pronto, su juego se detiene y ambos dirigen la
mirada hacia una figura cercana que parece encamina sus pasos hacia la
orilla. El niño, entre contrariado por la interrupción y sorprendido, la
observa con atención: ¿quién será la muchacha que avanza con paso
firme? Aunque está seguro de no conocerla, su rostro le resulta
familiar; tal vez la haya visto en algún lugar y no lo recuerda, piensa.
La niña, por el contrario, no está disgustada por el cese de su juego,
aunque sí algo sorprendida por aquella figura que se aproxima. La niña
ríe abiertamente, es feliz, muy feliz... nada más verla ha reconocido a
la muchacha… la alegría de la niña es inmensa, al poder contemplar a la
chica que, dentro de unos años, será.
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