viernes, 26 de agosto de 2011

Emocionarse

¿Por qué el ser humano es capaz de emocionarse?, y no me refiero a la capacidad de emoción  ante los grandes sentimientos como el amor, la amistad, o a la empatía con  situaciones injustas o con el sufrimiento de otros; no, no me refiero a esto, sino a la capacidad de emoción ante las pequeñas cosas, sencillas o no, en cualquier caso cosas que a priori no tienen un gran peso o  importancia en nuestras vidas (bueno, aunque el baremo de lo que pueda tener importancia o no en una vida es muy relativo…).

Lo que me pregunto es por la capacidad de emoción ante un paisaje, por ejemplo, ante una puesta de sol o un amanecer, y ante mil cosas más que podamos tener delante de nuestros sentidos. ¿Por qué alguien es capaz de sentir una emoción intensa, incluso notar cómo se le humedecen las pestañas o, más aún, cómo se le desbordan los ojos, y otros, en cambio, no? O a unos puede ocurrirles ante ciertas cosas y a los de más allá ante otras diferentes. A la que escribe, por ejemplo, le suele suceder con algunos paisajes naturales y ciertos paisajes urbanos. Pero he visto casos muy particulares, concretamente recuerdo la gran emoción y las lágrimas de una amiga ante…  mejor de eso hablo después.

El caso es que esta emoción se da, y aunque supongo que habrá numerosos profesionales poniendo nombre y apellidos al fenómeno, aunque habrá psicólogos, psiquiatras, neurólogos y muchos más ólogos intentando hallar la respuesta a esa humedad un poco tonta en  las pestañas o en las mejillas, a ese suspiro apenas audible, a ese entrecerrar de ojos mientras se contiene la respiración, me parece que ningún ólogo (ni siquiera el doctor House si de pronto dejara de ser personaje, ni muchísimo menos las anatomías de grey u hospitales centrales o periféricos), podrán dar una respuesta de por qué el ser humano es capaz de emocionarse, no sólo con lo grande, sino con lo chico.

Podríamos recurrir a respuestas religiosas, pero si no me gustan nada los, normalmente cuadriculados (en nombre de la ciencia), ólogos, menos aún escucharía a una estirpe de sacerdotes dogmáticos.

¿Dónde hallar pues la respuesta? No tiene por qué haberla, pero el ser humano además de emotivo es otra cosa: cabezón, cabezón como él solo, con lo cual, haya o no respuesta, yo, como buena representante de mi especie, voy a la caza y captura de una.

Y la tengo. Vaya que si la tengo. Literatura. Poesía sobre todo. Y dentro de este contexto y sólo en este contexto: Ángeles. Sí, sí, extrañado lector, tu vista es correcta. Ángeles, pero no en plan religioso (que quede claro). Más bien en un plan espiritual y con una buena dosis de ingrediente poético. Ángeles como los de la novela de Paulo Coelho; Ángeles de la Guarda o sus Valquirias (preciosa palabra), parientes de los Ángeles.

Ya lo he dicho, con algunos paisajes me ocurre, me emociono, no puedo evitarlo (ni quiero evitarlo), y a mi amiga le ocurrió con algo muy particular… le ocurrió con un techo. Sí, un techo. No me he equivocado de palabra.

Le ocurrió con un bellísimo techo, el artesonado de un edificio hermosísimo, edificio de la ciudad que ama.

Cuando tengas ante ti un paisaje o un artesonado y empieces a llorar sin saber el porqué, continúa llorando, riega con tus lágrimas la tierra, y alégrate mucho de que esto te suceda: eres afortunado, el ala de un ángel acaba de rozarte, en su vuelo sobre el mundo.




Artesonado de la planta superior de la Lonja De La Seda - Valencia




 Detalles:



 


Y un pequeño obsequio para esta amiga y para todos aquellos a quienes pueda gustar: si se imprime en papel especial puede ser un separador para libros, que he elaborado con algunas fotos que tomé en la Lonja:




(Quien desee apreciar los detalles de las imágenes de este blog puede ampliarlas pinchando sobre ellas, y una vez  ampliadas, con un nuevo toque de ratón se agrandan más).

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