martes, 16 de agosto de 2011

Interlaken, Suiza


La llegada a la zona de Interlaken se produjo en un día de julio increíblemente hermoso, azul intenso como los lagos, verde profundo y luminoso como los pastos y las montañas.

El mayor encanto de la ciudad de Interlaken es el entorno en el que está situada. Como su nombre indica, Interlaken (entre lagos), se encuentra entre dos grandes lagos, el Thun y el Brienz. En las riberas de ambos se salpican pueblos y aldeas, e Interlaken justo en el centro, atravesada por el río Aare que comunica los lagos. Dando cobijo a este panorama las majestuosas e imponentes montañas alpinas de esta zona de Suiza: el Oberland Bernés.

El siguiente día amaneció grisáceo, hermoso igualmente para las visitas proyectadas: la escalada por el valle del río Lüstchine, que kilómetros arriba se divide en dos brazos. Una vez en el cruce continuamos dirección Lauterbrunnen, llegando a nuestro destino, el Valle de las Cascadas.

Cercanas a la población se encuentran, en primer lugar, las Cascadas de Staubbach, cuyas aguas se precipitan por una pared de 300 m. Todo un paredón de roca por el que caen, a lo largo de un buen trayecto, diversas cascadas.

Algo más arriba se encuentran los Saltos o Cascadas del Trümmelbach, que no son visibles desde el exterior: literalmente hay que entrar al interior de la montaña, a la profunda garganta provocada por la erosión de las aguas, para ver la caída de los cinco saltos. Se llega a ellos a través de un ascensor de cremallera que te eleva por el interior de la montaña.

A partir de ahí, con impermeables e intentando proteger las cámaras del agua, se continúa a pie por las escaleras y corredores excavados en la roca. De vez en cuando hay barandillas de protección y miradores desde donde contemplar la feroz caída de las aguas, aguas del deshielo de las nieves del Jungfrau y otras montañas. El agua se precipita y cae en grandes hoyas, para continuar su descenso en nuevas caídas. La velocidad y el rugido del agua son imponentes. También la densidad, 20 metros cúbicos por segundo.





Puedo asegurar que ni las fotografías ni aun los vídeos tomados con sonido, reproducen ni en una mínima parte el espectáculo y la impresión que causan estos saltos de agua en el interior de la montaña. Tampoco lo imaginado con anterioridad a la visita se acercaba, ni por asomo, a lo percibido por los sentidos ante este espectáculo de la naturaleza. Este lugar no es un lugar para contarlo, ni para mostrarlo, es, más que otros, un lugar para vivirlo.

Salimos desde el interior de la montaña a la luz del día, empapados, silenciosos, con cierta dificultad a la hora de articular lo que no fueran monosílabos, tal vez, sintiendo que algo de nosotros mismos había sido arrastrado por el ímpetu salvaje de la aguas, era como si el sonido ensordecedor y el galope frenético del agua nos hubiera lavado, o nos hubiera mostrado, en las mismas entrañas de la tierra, nuestra pequeñez y lo absurdo de nuestros desvaríos.

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